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publicación en españa de 'daniel stein, intérprete'

Entre nazis y monjes
La autora rusa Liudmila Ulítskaia reivindica la figura de un judío católico

15 diciembre 2013

ANNA ABELLA / Barcelona

Domingo, 15 de diciembre del 2013
La escritora rusa Liudmila Ulítskaia, hace unos días, en Barcelona.

Oswald Rufeisen (1922-1998) fue un judío polaco que durante la segunda guerra mundial se camufló como alemán, fue traductor para la Gestapo y así salvó la vida de cientos de judíos del gueto de Emsk. El tiempo que pasó escondido en un convento de monjas le acercó al catolicismo, convirtiéndose tras la guerra en monje y, convertido en el hermano Daniel, ejerció en un monasterio en Israel. «Era un ser extraordinario. Muy humano, humilde. Hay mucha gente creyente pero gente tan valiente y honesta como él, no. Quería llegar al fondo de las cosas y luchaba contra los prejuicios. Cuando lo conocí, me atrajo su enorme solidaridad, su actitud tolerante hacia otras religiones». Quien así lo glosa es Liudmila Ulítskaia (Davlekanovo, 1943), prestigiosa voz de la literatura rusa, que quiso contar su historia, aderezándola de ficción, en Daniel Stein, intérprete (Alba).

«Es el libro más complicado que he escrito en mi vida -admite esta bióloga y autora de unas 20 obras, vestida de sobrio negro y fular azulado-. Puede decirse que es un colaje de vidas, épocas, países... Está lleno de héroes, sentimientos, historias e historia». Y en él converge el resultado de la vivencia personal y de una vasta navegación por cartas, conversaciones grabadas, diarios, informes...

¿HÉROE O TRAIDOR? / «El hermano Daniel siempre decía 'quisieron matarme tantas veces... fui condenado tres veces a muerte y el Señor me salvó siempre. Así que mi vida ya no me pertenece a mi sino a Dios'», recuerda Ulítskaia, que, «judía en Rusia y católica en un mundo ortodoxo», comparte la «sensación de ser una minoría» y la incomprensión judía que sufría el monje. «Por un lado era un héroe que con 19 años rescató a compatriotas del exterminio y, por otro, al cambiar de confesión, era un traidor. Pero nadie sentía odio hacia él porque era abierto, inteligente y confiado. Y, pese a lo que había visto en la guerra, no odiaba a nadie, ni a los alemanes. Hay un episodio que lo ilustra, la buena relación entre él y el jefe de la Gestapo siendo intérprete. Cuando le atraparon por organizar la huida del gueto y descubrió que era judío, le llevó a una celda y la dejó abierta, dándole la posibilidad de huir».

Ulítskaia, que aplaude «la humildad» del actual papa Francisco, recuerda cómo conoció Daniel a Juan Pablo II, con quien tuvo una relación «muy cálida», aunque mantenían diferencias sobre temas religiosos. «Hizo el noviciado con Wojtyla en el monasterio carmelita de Cracovia en 1945. Había dos plazas y el abad eligió a Daniel diciéndole que al ser judío tendría más problemas para entrar en la Iglesia católica. 'Por Wojtyla no te preocupes, que este ya encontrará su camino...'».

ABUELO DEPORTADO / La escritora rusa revela que hace dos meses descubrió en los archivos del KGB que su abuelo fue condenado y deportado por escribir en 1948 unos informes para la ONU sobre la situación política y económica de Israel, de cara a la votación sobre la creación de un Estado propio. «Coincidía con los británicos en que este era posible siempre que árabes y judíos hallaran una lengua común de diálogo. No conozco otro estado más complicado y complejo que Israel. Amo mucho esas tierras y creo que tienen derecho a un Estado propio porque los han echado de todas partes durante 2.000 años, pero no puedo poner en cuestión los derechos de los palestinos en las tierras donde yacen sus antepasados desde hace 2.000 años. Sin buena voluntad el acuerdo es imposible», opina Ulítskaia, que cambió biología por literatura cuando en los 80 tuvo que dejar la Academia de Ciencias rusa por una represalia política. «Debo mi carrera de escritora al KGB», bromea, rompiendo al fin con una sonrisa su severo rostro.

 

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