http://www.elmundo.es/papel/hemeroteca/1995/04/09/7dias/35992.html



Todas las muertes del Führer

GEMMA CASADEVALL

BERLIN

EL verano de 1992, el semanario alemán Der Spiegel y el rotativo británico Sunday Express incidían en la suerte del denominado «último enigma» de Hitler: qué fue de sus reliquias; a dónde fueron a parar los huesos del dictador, junto a las de su Eva Braun y el perro «Blondi», Joseph Goebbels, la esposa y seis hijos de éste.

El largo viaje de los cadáveres

1.- La historia oficial había establecido como sólida la tesis del suicidio colectivo el 30 de abril de 1945. El escenario fue el búnker berlinés en que Hitler se parapetó las últimas semanas de vida.

En aquella ocasión, el historiador moscovita Lew Besymenski -miembro de los servicios de inteligencia del Ejército Rojo y uno de los oficiales que inspeccionaron el búnker, a principios de mayo de 1945- ofrecía a los lectores del prestigioso semanario germano una jugosa revisión acerca del destino de los restos del Führer.

Azares, dudas acerca de la identificación de los cadáveres y los temores del propio Stalin a que siguiera vivo, en algún lugar del mundo, convirtieron el último viaje de Hitler en un peregrinar prolongado durante 27 años.

El descenso a los infiernos del dictador conoció -según esta versión- hasta ocho «sepulturas» provisionales, con las consiguientes exhumaciones y más o menos fiables autopsias, repartidas entre seis estaciones. El lote terminó precariamente enterrado en el garaje de la Klausenerstrasse, números 32-36, de la ciudad germanooriental de Magdeburgo.

La «Operación Mythos»

2.- El mismo Der Spiegel recogía esta semana el hilo de aquella historia narrada por Besymenski -y avalada por protocolos rescatados de la KGB- para constatar un dato entonces plasmado a modo de hipótesis. Es decir, la incineración total de los restos de Hitler, en 1970, junto al mismo destartalado almacén de Magdeburgo, para completar la «Operación Mythos».

Las fuerzas de ocupación soviéticas debían entregar la plaza a la «soberana» República Democrática de Alemania -extinta RDA-. Abandonar esas reliquias podía ser peligroso de cara a futuros brotes nazis.

A la tesis Besymenski se añadía un nuevo documento arañado de los archivos soviéticos: una carta de Yuri Andropov -jefe de la KGB- al presidente del Partido, Leonid Breznev, manifestándole la necesidad de destruir los restos de aquellos diez cadáveres. La noche del 4 al 5 de abril de 1970, oficiales de la KGB saldaban el conflicto incinerando los corroídos huesos de la «familia» hitleriana.

Besymenski no necesitó de esta prueba para aventurar el fin del viaje. En su relato del verano del 92, el historiador evocaba una conversación sostenida tras la Reunificación con el que fuera embajador de Moscú en Bonn, Valentin Falin. Besymenski le transmitió sus temores de que las reliquias fuesen a parar «a manos de los fans de Hitler». «Todo está en orden. Resolvimos la cuestión hace 22 años», fue la respuesta.

En este relato de los hechos se apuntaba un último detalle: el viaje no acabó en Magdeburgo. La urna con las cenizas fue enterrada en la prisión moscovita de Lefortowo.

Acogido por Franco

3.- El Ejército Rojo fue el primero en llegar a Berlín, el primero en alzar su bandera en el Reichtag y también el primero en descubrir el cadáver. El secretismo con que el bloque soviético recubría cuanto entraba en su órbita alimentó leyendas sobre la suerte del Führer.

Stalin había asegurado ante sus aliados norteamericanos el 26 de mayo del 45, dos semanas después de la Capitulación, que Hitler había huido. Los mandos soviéticos insinuaron la posibilidad de que se hubiese refugiado en algún lugar de Europa -¿en España, junto a Franco?-. Se dejó creer en la hipótesis de que hubiese escapado con vida de un Berlín reducido a cenizas. Mientras forenses y expertos de los servicios secretos soviéticos examinaban una y otra vez vísceras, muebles y objetos personales del búnker, el resto del mundo dejaba volar su imaginación.

La suerte cambió en 1961, a raíz de la declaración de la traductora militar Jelena Rschevskaya -presente en los interrogatorios de los testigos que compartieron con Hitler los últimos diez días de su vida-. De sus testimonios no consiguió esclarecerse aún si el Führer se suicidó de un balazo o se envenenó. Menos aún cómo acabaron con sus vidas Eva Braun y Goebbels. En lo único que coincidían todos es que sonó un disparo en la habitación de Hitler.

Historiadores y biógrafos serios -de Joachim Fest a Hugh R. Trevor, Allan Bullock o James P. O'Donnell- han alternado la versión del disparo con la de la cápsula de cianuro.

Mucho más expeditiva, la prensa sensacionalista alemana juega de vez en cuando con la posibilidad de que esté vivo, en algún lugar de Latinoamérica, quizás en compañía del hombre que sí escapó a la caída del III Reich, Martin Borman.

Diarios falsificados

4.- El mayor escándalo relacionado con los secretos del Führer lo protagonizó, involuntariamente, el otro gran semanario alemán, Stern, en 1983. El sensacional lanzamiento de los diarios de Adolf Hitler derivó en un «bluf» sin precedentes en el mundo editorial.

Todo empezó cuando Stern envió a uno de sus reporteros estrella -Gerd Heidemann- tras las huellas del siniestro Martin Bormann, responsable de la Cancillería en el III Reich, y que fue condenado a muerte en rebeldía en los Procesos de Nüremberg.

Como tantos otros, Heidemann tampoco consiguió dar con el escurridizo Bormann, pero el destino le puso en el camino otro «hallazgo» que consideró mejor: los diarios del Führer, colocados en su regazo por el falsificador Konrad Kujaus.

Expertos y fiscales se encargaron de desenmascarar la compleja trama. Tras un proceso que mantuvo en vilo a la opinión pública -y en juego la credibilidad de Stern-, Heidemann era condenado a casi cinco años de cárcel.

Del complicado entramado de complicidades entre los involucrados no llegó a conocerse más que la periferia, pero el reportero fue declarado culpable de haber estafado los cinco millones de marcos que juró haber entregado a Kujau.

El escándalo de los diarios del Führer dio aún para un libro -escrito precisamente por un compañero de Heidemann, por encargo de éste- y posteriormente para una película, Schtonk. De los auténticos manuscritos, si los hubo, como del destino de Bormann, nunca más se supo.


Share this: